Los testimonios de aquellos que vivieron el mayo del 68 en Paris hacen hincapié, más que en acontecimientos concretos, en el ambiente de entonces, el aire, una especie de trance colectivo que dora con una pátina suave y luminosa los recuerdos de aquel tiempo. El director Bernardo Bertolucci se adentra en aquella época mediante una película excepcional: Soñadores (2003).
Matthew (Michael Pitt) es un estudiante americano en París. Cinéfilo empedernido, conoce en la Filmoteca (dónde si no) a dos hermanos tan apasionados del cine como él: Isabelle (Eva Green) y Théo (Louis Garrel). Ambos invitan a Matthew a abandonar el hotel donde vive y mudarse a una habitación libre en su casa. Pronto descubre que los hermanos, que resultan ser gemelos (aunque aparentemente poco tienen que ver el frío Théo y la curiosa Isabelle) comparten una extraña relación: duermen y se bañan juntos, hacen extrañas apuestas entre ellos... Pasmado al comienzo por esta relación semi-incestuosa, Matthew se deja llevar por la fascinación que los gemelos ejercen sobre él y por su amor a Isabelle. Cuando los padres de los hermanos se marchan de viaje, los tres amigos se abandonan a las delicias de habitar un pequeño reino con reglas propias. Pero la realidad llama a la puerta en forma de manifestaciones estudiantiles, lo que sacará a la luz las distintas educaciones de cada uno.
Sin duda, Bertolucci puso mucho de sí mismo en esta película: son constantes las referencias a la historia del cine (la carrera a través del Louvre para superar el récord establecido en Banda aparte, de Godard). Además el director era un veinteañero en la época de Mayo del 68, por lo que la amorosa y verídica recreación del ambiente seguro se debe a su experiencia personal. En el trío protagonista destaca con rotundidad la hermosísima Eva Green, auténtico hallazgo interpretativo. Ella es el vórtice sobre el que giran tanto Matthew como Théo.
Una de las ideas fundamentales del movimiento era que todo lo que viniese de la tradición era una muestra de autoritarismo; había que deshechar lo viejo y buscar nuevas formas de amar, de crear, de vivir. La libertad sexual que Isa y Théo contagian a Matthew viene de ese desprejuiciamiento de las costumbres, de un soberano desprecio a los tabúes anteriores. Sin embargo, la utopía sexual que llevan a cabo (no exenta de tiranteces entre los gemelos y su invitado) sólo puede realizarse a escondidas de los padres, en secreto, casi como una conspiración. Los gemelos buscan continuar la unión prenatal y para ello crean un pequeño reino encantado, donde las intromisiones foráneas puedan ser debidamente filtradas.
Sumergidos en ese oscuro paraíso de cine y sexo, el trío tiene una relación tangencial con las convulsiones políticas que sufre la sociedad francesa. Sólo cuando la burbuja se rompe han de lanzarse a las calles. Théo e Isa se zambullen en el activismo político, trasladando su inmadurez del plano personal al público. El Mayo del 68, que ayudó a la liberación femenina, a la relajación de las costumbres y otros tantos bálsamos sociales, también creó los monstruos que azotarían Europa en los 70: ciudadanos de una inmadurez crónica, carne de diván en el terreno íntimo y perfectos reclutas para las bandas terroristas que sangrarían Europa en los años siguientes. A diferencia de otros (por ejemplo, Alain Finkielkraut o Gabriel Albiac) Bertolucci guarda un buen recuerdo del intenso idealismo de aquellos años, así que dice mucho en su favor el haber realizado una película con tantas zonas de sombra, que permite variadas lecturas.
Una película extraordinaria (con una banda sonora muy recomendable) que merece verse.