Texto: Juan Pensamiento Velásco.
Abre su bolso nuevo - grande, carísimo y morado que combina perfectamente con sus zapatos carísimos y morados - y saca las pastillas que le quitan el dolor de cabeza provocado por el dolor de estómago que le causan las pastillas para adelgazar. Odia el malestar físico y el humor cambiante que le da su coctel matutino de pastillas, una para cada cosa que no le gusta de sí misma. Pero ni modo: prioridades son prioridades. Tiene veintisiete años, pelo perfecto (además de perfectamente teñido) y una cara hermosa de ojos miel que, si se presta atención, detrás del aparente exceso de seguridad, brillan por el acumulamiento de lágrimas de tristeza reprimida, atrapadas todas, quizá, en el nudo en la garganta con que se acostumbró a vivir. No durmió bien anoche. Era miércoles, o sea día de salir al lugar donde se debe ir los miércoles, si no a pescar marido - eso está resultando difícil - al menos a que la gente que importa la vea sonreír sin que parezca trágico no tener marido. Regresó casi a las cuatro con su teoría confirmada de que odia a las mujeres, de que es imposible llevarse bien con una, porque todas le tienen envidia (o despiertan su envidia, aunque esta noción se queda convenientemente escondida bajo la alfombra de sus ideas).
Abre otra vez su bolso y saca los cigarros. Le da un poco de asco fumar por la mañana, pero igual siente el impulso de hacerlo. Anoche fumó y bebió demasiado mientras su mejor amigo – que lo es prácticamente por default – se encerró casi una hora con otro chavo en el baño del lugar de los miércoles. Mientras tanto, sola, trató de charlar y sonreír frente a frente con casi todos, sin que alguien le pidiera el teléfono. Fumando, le da un poco de asco lo que hizo su amigo. Lo hace casi siempre que sale. Ella sólo ha tenido sexo con dos hombres y nunca ha hecho el amor con ninguno. Uno fue su ex novio, con quien lo único que disfrutaba al abrir las piernas era la idea de un futuro seguro. El otro, su amante casado, con quien disfrutaba, al menos, la sensación de lo prohibido. Originalmente el novio perdonó su indiscreción de algunos meses con el casado. Luego, alentado por la esposa del ex amante, reconsideró su postura y decidió oficialmente ser su ex. Así que pasó, como todos los hombres de su vida, a la lista de exes: ex papá, ex novio, ex amante...Futuro ex amigo.
Abre su bolso y saca el espejo. Se retoca el maquillaje. Se ve a sí misma verdaderamente horrible. Todo está gordo: los cachetes, la nariz, la papada. En el pequeño espejo no se ven sus brazos ni sus piernas ni su barriga, pero igual siente la asquerosa gordura apretarse contra su pantalón talla cuatro. Aparentemente de nada han servido las tres liposucciones ni las dos puestas de Botox. Aunque claro, sin ellas todavía sería la gorda solitaria de la secundaria. Ahora es la solitaria que se siente gorda. Se mira en el espejo y no encuentra nada. Ni lo que fue, ni lo que es, ni lo que quiere ser. Le da escalofrío una inexplicable sensación de encierro. No se da cuenta de que el bolso y las pastillas y los cigarros y el amigo gay y el espejo y el marido que no llega y el maquillaje y las lipos y la mensualidad del carro son una cárcel que cada día la vuelve más infeliz. Cadena perpetua, seguramente.