Un año atrás fui invitado a un intercambio entre comunidades indígenas guatemaltecas, ecologistas y guaranies en Brasil. Estuve en Sao Paulo, Río de Janeiro y Brasilia. De este viaje quedé no sólo enamorado, estupefacto…cambié, abrí los ojos. Ahora VEO. Veo con otros ojos, con ojos de enamorado, con ojos de música, de inquietud. Ojos que sienten hambre de vida, de amor y de tristeza.
Llegue a Sao Paulo, estuve un día y una noche. Por supuesto, no dormí. Devoré cada segundo emplazando el tiempo real potenciándolo y potenciando mis sentidos. Se abre otro mundo. Imaginaba verme en otra mega ciudad latinoamericana (sucia, desordenada, sin forma y sin formalidades) y mi referencia más inmediata era el Distrito Federal. Lo que vi fue 180 grados diferente a mi pre-conceptualización. Encontré ritmo, romanticismo, música, vida, sensualidad.
Tal vez Sao Paulo es otra cosa. Tal vez el sur no es otro norte y “el gran sueño” está abajo y no arriba. Tal vez yo pienso al revés y veo como pienso: el sur entonces es mi norte.
Llegue a Sao Paulo, estuve un día y una noche. Por supuesto, no dormí. Devoré cada segundo emplazando el tiempo real potenciándolo y potenciando mis sentidos. Se abre otro mundo. Imaginaba verme en otra mega ciudad latinoamericana (sucia, desordenada, sin forma y sin formalidades) y mi referencia más inmediata era el Distrito Federal. Lo que vi fue 180 grados diferente a mi pre-conceptualización. Encontré ritmo, romanticismo, música, vida, sensualidad.
Tal vez Sao Paulo es otra cosa. Tal vez el sur no es otro norte y “el gran sueño” está abajo y no arriba. Tal vez yo pienso al revés y veo como pienso: el sur entonces es mi norte.
Antes de aterrizar pude observar una floresta espesa siendo devorada poco a poco por una mancha urbana que empieza con carreteras como laberintos y figuras geométricas de albercas y residencias, sustituidas después por una plancha de concreto y edificios.
En tampoco tiempo, no logré descifrar en absoluto la ciudad. Por supuesto tiene desigualdades y contradicciones. Sao Paulo es una por cada persona que la vive y percibe. Son 18,000,000 de historias. Mi relato es otra forma más de verla y como cualquier otra generalización es una trampa. Lo que si puedo confirmar es que esa ciudad tiene energía, espíritu, magnetismo, tal vez tiene destino. En mi experiencia, la ciudad me habló. Pensé yo aquí puedo vivir. Yo aquí si puedo ser la ciudad. Es especial y difícil de comprender, como yo, pero más allá de las barreras lingüísticas, entiendo este lenguaje, puedo ser uno más, puedo ser anónimo. Despertar y saber que puedo comenzar otra vez. Saber que puedo ser cualquier persona y encontrarme con el mundo. Sentirlo, saber que las posibilidades están ahí, a la mano, que la calle está en todo, que me tengo que atrever, salir, vivir.
Llegue un domingo cualquiera, pensé de noche la ciudad estará muerta. Pero me sorprendí otra vez. La noche estuvo súper animada en Pau Brasil. Conocí a Leticia, una chica trans muy linda en todo sentido, gusté mucho de ella. Conversamos en portuñol, según los brasileños el lenguaje universal. Tras varias caipiriñas el potuñol fluye y es fácil caer enamorado. Ella me dijo algo que se quedó grabado en mi mente como los diez mandamientos escritos en piedra: “você tem que começar a viver sua vida”. En términos generales los brasileños son personas consientes de la vida. No es ningún cliché. Ellos comprenden letra por letra el chapinismo de “vivo te quiero”.
Regresé a Confort Hotel Downtown (cuatro estrellas), 2:00am. En el lobby los recepcionistas escondían y compartían una botella de cachaça. Yo intenté socializar aunque no hablo portugués. En diez minutos se hizo una amistad. Pensé: cualquier cosa puede suceder. Comprendí que la vida es un arte que el cuerpo es una botella que guarda adentro un mar infinito. Que afuera es estar adentro porque afuera está la constelación.
Llegue un domingo cualquiera, pensé de noche la ciudad estará muerta. Pero me sorprendí otra vez. La noche estuvo súper animada en Pau Brasil. Conocí a Leticia, una chica trans muy linda en todo sentido, gusté mucho de ella. Conversamos en portuñol, según los brasileños el lenguaje universal. Tras varias caipiriñas el potuñol fluye y es fácil caer enamorado. Ella me dijo algo que se quedó grabado en mi mente como los diez mandamientos escritos en piedra: “você tem que começar a viver sua vida”. En términos generales los brasileños son personas consientes de la vida. No es ningún cliché. Ellos comprenden letra por letra el chapinismo de “vivo te quiero”.
Regresé a Confort Hotel Downtown (cuatro estrellas), 2:00am. En el lobby los recepcionistas escondían y compartían una botella de cachaça. Yo intenté socializar aunque no hablo portugués. En diez minutos se hizo una amistad. Pensé: cualquier cosa puede suceder. Comprendí que la vida es un arte que el cuerpo es una botella que guarda adentro un mar infinito. Que afuera es estar adentro porque afuera está la constelación.