El sábado fue uno de esos días. Por todos lados pululaban hombrecitos uniformados. Estos no eran militares ni policías. Poco después el olor a testosterona y cerveza caliente inundaba bares, restaurantes, tiendas. Un día para quedarse en casa, pensé. Me recordaba de tiempos pasados.
Cuando, con otros amigos, entre el schnaps y la cerveza, tomábamos la ciudad y nos perdíamos en largas y absurdas conversaciones. Siempre queriendo cambiar el mundo. Una noche a la vez. Algunas veces mirábamos también el futbol y hablábamos de ello. Sin embargo, esas charlas nocturnas, regularmente retornaban a “eso”. ¿Por qué el sexo tiene la cualidad de dirigir voluntades? Una vez, al calor del mundial de Alemania 2006, problematizamos el habla de la homosexualidad buscándole alguna especie de significado en el futbol. Habíamos tenido la suerte de estudiar con profesoras feministas que nos dieron algunas pistas. Una de ellas nos introdujo al pensamiento de la posiblemente más significativa representante del feminismo queer.
Judith Butler, en “El género en disputa”, propone, en principio, que antes de la teoría Freud/Lévi-Straussiana de la prohibición del incesto, existe la prohibición de la homosexualidad. Se puede ilustrar muy bien esa hipótesis con la columna que César García publicó el 18 de septiembre de 2009 en elPeriódico: “En nuestro país se les llamó —siempre— ‘huecos’ a los homosexuales, término que hace apenas una o dos décadas, se utilizaba también para denotar ‘cobardía’. En Guatemala, nadie quería ser hueco, era uno de esos insultos que provocaba retos de: ‘a la salida’ en nuestros colegios y escuelas… y cuando alguno de los pleitistas se acobardaba, se escuchaba el grito de los observantes: ¡No seás hueco!” (sic)
No seás hueco refleja el repudio de cierta cultura patriarcal que basa buena parte de sus estrategias de poder y control en el dominio que ejercen sobre una heterosexualidad hipócrita. Hueco es alguien sobre quien se habla de una forma determinada: es un hombre que coge con otros hombres; por eso, seguramente también un pervertidor de niños, un enfermo que asecha víctimas inocentes en las esquinas de los colegios y escuelas. Citando nuevamente a García: “Debo aclarar que el término ‘hueco’ no se aplicó nunca en nuestra sociedad, a personas con problemas congénitos de sexualidad, hermafroditas, etcétera, sino a pervertidos que pervertían y jalaban a sus —entonces secretos grupos— a niños y adolescentes, para convertirlos como ellos”. (sic)
Este tipo de práctica discursiva lo he presenciado en muchos espacios. Desde estos cavernarios neonazis, los deportes de “hombres” en los que la homosexualidad está, en teoría, vedada, hasta lugares propiamente de izquierda: como cuando los antiguos gurús del marxismo esperaban provocar reacciones de conducta en los miembros del partido acusando a alguien de ser homosexual. Hay una amenaza que el discurso de la heterosexualidad patriarcal refleja ante las diferencias sexuales. ¿Cuál es? ¿De qué se trata?
Más adelante en su análisis, Butler propone otra hipótesis inquietante. Recuperando las teorías clásicas del psicoanálisis, sugiere que la ruptura autoritaria provocada por el padre no busca prevenir la prolongación del complejo de Edipo, sino impedir cualquier posibilidad de identificación del niño con la mujer (la madre, en este caso). De esa forma, se crea la gran separación que fundamenta el patriarcado: la matriz heterosexual. La identidad sexual se atribuye a partir de la producción de unos cuerpos definidos por dos significantes lingüísticos esencializados: si naciste con pene tu identidad sexo/género será la de hombre. Si naciste con vagina serás mujer. Y Dios dijo Adán y Eva, no Adán y Esteban, comentaba el atarantado gobernante en la campaña pasada. Si tu identidad sexo/género difiere del cuerpo que la matriz heterosexual patriarcal ha producido para ti, lo más probable es que seas un pervertido. En todo caso, serás un degenerado.
Ahora bien, esa ruptura de identificación con la alteridad heterosexual conlleva a una identificación positiva con un cierto tipo de identidad homosexual. ¿Qué no estaba prohibida la homosexualidad? Sí y no. ¡De esa bivalencia depende todo el secreto! El asunto es que hay homosexualidades desautorizadas, como las que representa el discurso de Castañeda y homosexualidades autorizadas como las del futbol, las armas, los carros, etcétera. La homosexualidad desautorizada es esa que amenaza con convertir en huecos a los niños, esa que ha pervertido a los jóvenes adolescentes. Son huecos y maricones que andan en los parques, en las discos, haciendo saber qué cosas y corrompiendo la pureza e inocencia de todo el mundo. Hasta pueden enturbiar las cristalinas aguas del pensamiento de izquierdas ortodoxas y de derechas en general. La homosexualidad autorizada, por otro lado, está frente a todos pero opera en un campo de visibilidad completamente diferente: ¡es el espacio del macho, de la heterosexualidad patriarcal en general!
Si asumimos que Butler tiene razón, podemos considerar que aquel a quien se le ha roto la posibilidad de identificarse con la alteridad sexo/género puede identificarse únicamente con la mismidad. Los machos pueden identificarse únicamente con machos. La mujer, ante los ojos del macho, es algo que está allí, pero de forma meramente especular: es el reflejo de las idealizaciones masculinas. Para el macho, si hay una relación sexual con la mujer, es para satisfacer el goce masculino del falo y no el femenino del clítoris. Por eso todas son unas putas, ya que a ellas parece también gustarles.
Veámoslo con un ejemplo aún más prosaico. Qué hacen 11 hombres frente a otros 11 en pantaloncillos cortos exudando machismo y testosterona. Todos y cada uno con cuerpos esculturalmente formados. Todos tratan de meterla en la retaguardia de los otros (la pelota en la portería, digo). Cuando lo hacen, después del orgásmico ¡Gol! se acarician los genitales, el culo, se besan en la boca, etcétera. El futbol es uno de esos espacios de machos, bien machos. Lo sorprendente es que el futbol es una de esas prácticas homosexuales que afirma la identidad masculina de los hombres. Después del gol del Barça o del Real, los espectadores de Guatemala, regularmente ebrios hasta el tuétano, repiten la práctica de sus referentes de identidad: se soban el culo, besan, acarician, pero “no” son huecos. El futbol no es el único lugar donde esa homosexualidad autorizada puede ser vista: los pistoludos se congregan en centros de tiro (casi solo hombres) y se muestran las armas, se las prestan, las admiran, las comparten. ¿Es la pistola una extensión simbólica del pene? De ser así, ¿no evoca esto una orgía del simbolismo fálico? Y lo mismo con los carros, o con las religiones que abiertamente defienden la heterofobia prohibiendo a las mujeres ejercer funciones pastorales. Pareciera que entre más patriarcal la institución, más tiende a reproducir esa forma autorizada de homosexualidad. Los machos, entre más atacan a los huecos, más se afirman ellos en esa homosexualidad de clóset.
Regresando entonces a la idea de la semana pasada: el sexo no se reprime, sino que la multiplicidad en la que opera entra en un régimen de ordenamiento micropolítico que permite, en buena medida, la producción y reproducción de la sociedad como la conocemos. Asustar con la amenaza de que ya vienen los huecos a pervertir a todo el mundo, ¿no esconde el miedo a que un día descubran que, como buen macho, no se ha salido realmente del clóset?
Texto por: Alejandro Flores
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